Comentario
Ya desde principios del año 1923 fueron muy frecuentes los rumores acerca de la posibilidad de que se produjera un golpe militar, sobre todo en la prensa. Se comenzaba a apelar de una manera clara a una solución de tipo autoritario desde muy diversos sectores políticos. Sin duda, el general Valeriano Weyler fue un firme candidato al ejercicio de un régimen dictatorial, aunque luego sin embargo resultaría uno de los escasísimos defensores del régimen constitucional cuando éste estaba en peligro. También el general Aguilera jugó un papel semejante, y además tuvo el apoyo de algunos elementos intelectuales procedentes de la izquierda; pero un sonoro incidente con el político conservador Sánchez Guerra arruinó sus posibilidades, que por otra parte eran bastante limitadas, ya que carecía de la suficiente habilidad e inteligencia para ese propósito. Mientras que la prensa diaria especulaba con la posibilidad de una dictadura, quizá el Rey pudo tener la tentación de una solución autoritaria temporal. En realidad, aunque Alfonso XIII tuvo la tendencia a intervenir con una cierta insistencia en asuntos de política partidista, sin embargo no se vislumbraban tendencias dictatoriales en el monarca, fundamentalmente porque él mismo sabía muy bien lo que se hubiera puesto en juego en caso de que hubiera sido así. En realidad, la situación del régimen parlamentario español era tan grave, que durante el verano del año 1923 el Rey pensó en la posibilidad de nombrar un gobierno militar del Ejército como corporación y que además fuera aceptado por los políticos; esto sería tan sólo un paréntesis para luego volver otra vez a la normalidad constitucional. Incluso Alfonso XIII consultó su proyecto al hijo de Antonio Maura, pero éste aconsejó al monarca que no tomara ninguna iniciativa.
Existía también un clima de agitación entre los elementos militares debido a los sucesos de Marruecos y, además, la situación del orden público era grave, sobre todo en la ciudad de Barcelona, en donde se habían producido algunos atentados de diversa procedencia y había tenido lugar una huelga de transportes. La falta de reacción del Gobierno para enfrentarse a estos sucesos era una clara muestra de las limitaciones que tenía el Gobierno de la Concentración Liberal en el poder. Además, en las últimas semanas el Gabinete se había dividido acerca del tema de Marruecos y todo ello vino a agravar aún más la situación; sin duda, el del norte de África era uno de los problemas más agudos que tenía la España de entonces.
En los momentos iniciales, después de producirse el golpe de Estado del 13 de septiembre, tan sólo dos o tres ministros, entre ellos Manuel Portela Valladares, se opusieron al mismo. El Presidente del Gobierno, Manuel García Prieto, declaró que el golpe de Estado le liberaba de unas enojosas tareas gubernamentales y Santiago Alba, una de las principales figuras del gabinete, presentó su dimisión. Incluso futuros dirigentes del régimen republicano que se instaurará en 1931 también mostraron su asentimiento ante el golpe de Estado: así lo hizo el futuro presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora. Incluso Manuel Azaña, que nunca estuvo de acuerdo con el régimen de la Dictadura, reconocía que éste había sido bien recibido por el país que estaba "presidido por la impotencia y la imbecilidad". También los intelectuales que leían y colaboraban en el diario El Sol mostraron una actitud de benévola expectativa y se puede afirmar que, desde luego, en un primer momento, no hubo una oposición a Primo de Rivera. La opinión pública respondió al golpe de Estado con un entusiasmo que sólo es comparable al que dos años más tarde mostraría con el advenimiento del régimen republicano.
El golpe de Estado no propugnaba la permanencia indefinida del Ejército en el poder, sino que éste debería ser entregado a personalidades civiles que se hubiesen mantenido al margen de la política, buscando con ello la marginación de los llamados políticos profesionales. El general Primo de Rivera hizo público un manifiesto en el que enunciaba su programa sin aportar en él unas soluciones concretas, pero que sí era concordante con la mentalidad regeneracionista del momento. Una sus primeras afirmaciones consistió en advertir que él no tenía experiencia de gobierno y sus medios eran tan sencillos como ingenuos. "La clase política -decía Primo de Rivera- tenía incluso secuestrada la voluntad real y ahora los militares, que habían sido el único aunque débil freno de la corrupción, acabando con sus propias rebeldías mansas, iban a imponer un régimen nuevo". El Dictador se mostraba convencido de que quienes "tuvieran la masculinidad completamente caracterizada" estarían con él. Resulta sorprendente que en su momento esta declaración no mereció críticas ni tan siquiera causó asombro. Primo de Rivera se trasladó desde Barcelona a Madrid dispuesto a formar un Directorio militar bajo su exclusiva presidencia, pero el rey Alfonso XIII le hizo jurar como Ministro único y así, en apariencia, mantenía la normalidad constitucional. El propio general reconoció que "el Rey fue el primer sorprendido (por el golpe) y esto ¿quién mejor que yo puede saberlo?".
Los días inmediatamente posteriores al golpe de Estado fue bien perceptible en la prensa madrileña una clara popularidad de Primo de Rivera, excepto en la de tendencia republicana que mostraba ciertas reticencias. De una manera inmediata ningún político que hubiera sido sustituido por la dictadura condenó el nuevo régimen. Los socialistas aparecieron en situación de expectativa frente al golpe y tampoco mostraron su apoyo hacia la clase política que había sido desplazada. En cuanto al resto del movimiento obrero, los comunistas por entonces tenían una fuerza muy escasa y también los anarquistas que, a causa del terrorismo, habían destruido la suya. Al principio entre el mundo intelectual, que con el paso del tiempo se convertiría en la más clara oposición al régimen primorriverista, los opositores fueron pocos, tan sólo Miguel de Unamuno, Manuel Azaña y Ramón Pérez de Ayala se mostraron de forma inequívoca en contra del Dictador. A la vista de la situación descrita cabe pensar que si el rey Alfonso XIII se hubiera opuesto al golpe de Estado del 13 de septiembre hubiera puesto su trono en peligro.